Durante el conversatorio debatimos desde una visión panorámica, la situación de la salud en LATAM resaltando el vínculo intrínseco que existe entre los efectos del cambio climático y la contaminación (del aire, sobretodo), en el bienestar de las personas, sobre todo las más vulnerables porque como sabemos, el cambio climático afecta a todos pero no a todos de la misma manera, por lo que es vital la transversalización de los componentes salud y clima en los planes políticos, sean el tema que sean.
Esta conversación nos llevó a aterrizar estos vínculos en las ciudades que estarán marcadas por la resiliencia como uno de los objetivos principales en el planeamiento urbano: cómo lidiar con las olas de calor, lluvias torrenciales inesperadas, sequias prolongadas, la intromisión de patógenos en zonas urbanas, desabastecimiento de alimentos etc. por lo que las ciudades del futuro serán inteligentes o no serán.
Y por inteligente (las famosas “Smart cites”) no es convertirse en tecnodependientes, sino que, sin dejar de lado la tecnología como aliada, establecer objetivos claros que ponga al ciudadano y al ambiente como ejes de todos los planes donde existen e influyen y, gravitando en esos dos ejes, pensar estrategias de fácil implementación y costos relativos en las comunidades a fin que sean laboratorios de mejora para su prosperidad y posterior escalamiento a más territorios en las ciudades, incluyendo y dando la relevancia que merece al campo por ser el proveedores de alimentos de las urbes y lugar de desarrollo económico y social de millones de familias en nuestros países, sobre los que los efectos del cambio climático también se hacen presente (y también los factores geopolíticos, p.e. fertilizantes) por pensar en ciudades saludables y resilientes es indispensable pensar y migrar hacia sistemas agroalimentarios sostenibles.