Cuando se habla de integración económica, la UE sigue siendo la referencia mundial, modelo que inspiró a los procesos de integración en América Latina y el Caribe. Desde la década del sesenta en adelante comenzaron a emerger bloques como la Asociación Latinoamericana de Libre Comercio (ALALC), hoy Asociación Latinoamericana de Integración (ALADI), la Comunidad Andina, el Mercado Común Centroamericano (MCCA), el Mercado Común del Caribe (CARICOM) y el Mercosur.
Los múltiples procesos, que en muchos casos tienen objetivos similares, llevó a la necesidad de evaluar la posibilidad de que los diferentes bloques converjan en aquellos asuntos en que puede darse una mayor articulación. No se trata de fundar nuevos bloques perdiendo la naturaleza de los existentes, pero sí de conformar nuevos espacios donde se identifiquen intereses comunes en la agenda regional.
En el caso de América del Sur, el desarrollo del esquema de integración andino y el del Mercosur fueron destacados, no solo en cuanto a sus ambiciosos objetivos originarios, sino también en su desarrollo normativo e institucional. Dadas estas características, y principalmente a impulso de Brasil, pronto comenzó el interés por alcanzar una convergencia entre los dos principales bloques regionales. Si bien este proceso llegó a iniciarse con la creación de la Comunidad Sudamericana de Naciones, la idea principal migró pronto a la UNASUR, una organización que adquirió un ribete político y abandonó la posibilidad de fomentar la convergencia económica entre los mencionados bloques comerciales.
Por otra parte, la Comunidad Andina empezó a mostrar diferencias entre sus miembros, respecto a la estrategia de inserción, en particular en las negociaciones con Estados Unidos y la UE, lo que derivó en el definitivo alejamiento de Venezuela del bloque y en su ingreso al Mercosur como socio pleno, proceso que iniciaba un largo período de politización que postergó cualquier profundización de los vínculos con las economías andinas. Es en este contexto, en el que dos de los miembros de la Comunidad Andina comenzaron a acercarse a la visión chilena de inserción externa, coincidiendo con una visión económica que en su momento no era seguida por la Venezuela de Chávez, pero tampoco por la Bolivia de Morales ni por el Ecuador de Correa. El proceso comentado evidenció la necesidad de contar con espacios regionales que reúnan a países con intereses comunes, lo que pronto se hizo realidad con la Iniciativa del Arco del Pacífico Latinoamericano y desde 2011 con la Alianza del Pacífico (AP). Una vez constituido, el bloque del Pacífico logró captar el interés de una economía del tamaño de México, que decidió integrarse como miembro originario y le otorgó a la Alianza un componente geopolítico de consideración.
Por todo lo anterior, en los primeros años se dio una contraposición de modelos entre la AP y el Mercosur, presentándose el nuevo proceso como una opción más moderna, flexible, menos burocrática, más abierta al mundo y principalmente en dirección al Asia Pacífico, mostrando un enfoque de negocios y no uno político como el que en esa época desplegaba el Mercosur. Se trata de comparaciones entre dos modelos que, si bien tenían en algunos casos cierto sustento, muchos de los debates partían de enormes simplificaciones.