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Conservar y estabilizar la unidad nacional es un objetivo central de cada Estado. Países con niveles similares de desarrollo entre sus diversas regiones y con una gran homogeneidad cultural, lingüística, étnica y religiosa tienen menos problemas de conservar la unidad nacional que aquellos países que están marcados por desigualdades de desarrollo socio-económico y/o una gran heterogeneidad cultural, lingüística, étnica y religiosa. Al no forzar la unidad nacional a través de un régimen autoritario, los países con una mayor heterogeneidad requieren de regímenes políticos o de acuerdos político-institucionales que ofrezcan un equilibrio justo entre el objetivo de la unidad estatal, el respeto de los principios de la democracia y los anhelos de la ciudadanía y de los regiones por preservar su idiosincrasia regional, cultural, lingüística, étnica, religiosa, etc.
El federalismo es un régimen político-institucional que ofrece la posibilidad de combinar estos principios de una manera aceptable —aunque no
siempre “perfecta” (porque, al final, ningún régimen político puede resolver todos los anhelos cívicos y políticos a la “perfección”)—. Tanto en diversas naciones europeas como en muchos otros países del mundo, son los regímenes federales los que aseguran la unidad y la diversidad de los Estados nación. Los conflictos entre flamencos y valones probablemente no podrían ser controlados si no existiera un régimen federal en Bélgica. En Alemania, Austria o Suiza, los ciudadanos son conscientes de sus identidades regionales y las ven respetadas a través de los regímenes federales que ofrecen a las regiones —o “estados federados”— una participación en las decisiones nacionales desde sus correspondientes puntos de vista regionales. De tal manera se preservan además el derecho a encontrar soluciones regionales o locales para muchas materias que no requieren de ninguna regulación unitaria a nivel nacional. De la misma forma, un país marcado por tantas diversidades sociales, culturales, lingüísticas, étnicas y religiosas como la India, por ejemplo, muy probablemente no podría mantener su carácter de ser la democracia más poblada del mundo si la heterogeneidad no fuera gestionada a través de un sistema federal. Lo mismo vale para otros países heterogéneos y de gran extensión territorial como son los Estados Unidos, Canadá, Brasil, Indonesia, o Australia. La República Popular de China también está marcada por
la diversidad; pero al optar por un régimen unitario nacional requiere de un sistema político autoritario para mantener la unidad estatal.