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Reportajes internacionales

Discurso del Dr. Bernd Löhmann durante los festejos del 50° Aniversario de ACDE Bahía Blanca

La Asociación Cristiana de Dirigentes de Empresa (ACDE) celebró su 50° Aniversario con la conferencia „Argentina: los valores ante la crisis o la crisis de valores? Factor de progreso“. La Fundación Konrad Adenauer participó a través de su Representante del panel „Los valores en las insituciones“ en donde se analizó la economía de mercado desde la perspectiva alemana.

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Señor Presidente de ACDE Bahía Blanca,

Señores Intendentes,

Señoras y señores:

A pesar de haber llegado a Argentina hace escasas semanas, acepté de muy buen agrado vuestra invitación a Bahía Blanca para transmitirles los saludos de la Fundación Konrad Adenauer en el 50 aniversario de ACDE Bahía Blanca. Se trata de un gesto muy importante para mí. Ni siquiera saber que deberán ustedes soportar mi español, aún muy modesto, ha podido impedir mi asistencia.

Para la Fundación Konrad Adenauer, contrapartes como ACDE, que se caracterizan por su lealtad y competencia, revisten importancia fundamen-tal. Sin ellas no podríamos trabajar. Desarrollamos nuestra labor en más de 100 países, y en ninguna parte es nuestra intención imponer nuestros valores o nuestras opiniones. Buscamos instituciones que compartan nuestras ideas y les preguntamos de qué manera podemos brindar apoyo. Cuando somos invitados a hacerlo como en el presente evento, transmiti-mos con mucho gusto nuestro punto de vista. En ocasiones, la mirada ex-terna puede resultar de ayuda. Ahora bien, ¿cuál es, entonces, mi pers-pectiva?

Exactamente veinte años atrás partí, junto con estudiantes de la universi-dad de Bonn, por primera vez rumbo a Berlín Occidental. Cuando proyec-tamos el viaje en la primavera de 1989, el Muro todavía estaba en pie. Cuando llegamos, ya estaba siendo derribado. Nosotros estuvimos entre quienes compraron cincel y martillo. Más tarde volveríamos con bolsillos y maletas repletos de pedazos del Muro.

Había pasado algo increíble. Sin otra cosa que velas encendidas, el pue-blo de Alemania oriental había barrido con un régimen hasta ese momento armado hasta los dientes. Había triunfado la libertad. Era el fracaso del socialismo. Muchos pensaron que había llegado el “fin de la historia” y de todos los debates en torno a los sistemas. Veinte años después me siento muy emocionado al ver el gran interés que despierta en Argentina el vigésimo aniversario de la caída del Muro de Berlín. Sin embargo, tam-bién constato, como en otras partes, que los vientos están cambiando. La confianza en la libertad se va desvaneciendo. El mercado y la economía de mercado pierden poder de convocatoria. En casi todas las regiones del planeta se deteriora la relación entre las empresas y la sociedad, tal como se desprende del último EdelmanTrust Barometer relevado en 20 países.

Para algunos, los recientes acontecimientos en las plazas bursátiles y fi-nancieras vinieron a pedir de boca. Dicen: “esto es el capitalismo, esto es la economía de mercado: afán de lucro e irresponsabilidad”.

Efectivamente los frenos morales no funcionaron. Y no obstante, me ani-mo a afirmar que lo que pasó en los mercados financieros internacionales no es la consecuencia lógica de la forma de pensar en una economía de mercado, sino que ocurrió trasgrediendo precisamente ese espíritu. Se avasallaron todos los principios y buenos usos comerciales, por ejemplo en lo que se refiere a la forma laxa de otorgar créditos y a la falta de regu-laciones en materia de balances en Estados Unidos.

No se trata ahora de defenestrar los principios de la economía de merca-do; por el contrario, estos principios requieren de nuestra defensa. No po-demos prescindir del libre mercado: es el único mecanismo capaz de sa-tisfacer genuinamente las necesidades de la gente. Nosotros lo hemos vi-vido en carne propia: en la RDA imperaba el modelo de la economía diri-gida. No se podía comprar lo que se necesitaba y se debía aceptar lo que se conseguía: en verano gorros de piel y en invierno trajes de baño. En las postrimerías del régimen, el estado llegó a ordenar en qué estación del año se estaba y cuándo se debía levantar la cosecha.

El estado no puede ni debe hacerlo todo. No es para nada el mejor empresario. Pero tampoco debería ser sólo un bombero o taller de re-paraciones. Al menos ése no es el modelo de la Economía Social de Mercado que sostiene la Fundación Konrad Adenauer. No se trata de promover el intervencionismo estatal, sino de reclamar al estado que genere condiciones generales confiables, transparencia, claridad, pre-visibilidad. Un estado que ya no garantiza nada, deja de ser estado.

No puede haber espacio para actitudes escépticas o incluso hostiles al estado. Por más difícil que pueda ser en ciertas circunstancias: es impor-tante lograr que el estado cumpla cabalmente sus funciones indelegables.

La economía no puede desarrollarse en una tierra de nadie social y políti-ca. Los mercados no son una panacea capaz de resolver todos los pro-blemas. Por eso, la Economía Social de Mercado señala, y también lo hace la Doctrina Social de la Iglesia Católica, que no puede haber una obediencia ciega a las leyes del mercado. No es posible socializar ni dele-gar la responsabilidad por uno y por los demás.

Una economía de mercado al servicio del ser humano vive de condiciones éticas que ella misma no puede garantizar. Cito a uno de los precursores de la Economía Social de Mercado, Wilhelm Röpke: “autodisciplina, equidad, honestidad, buena fe, caballerosidad, mesura, sentido co-munitario, respeto por la dignidad del otro, firmes normas morales” – son todas cosas, “que las personas ya tienen que traer consigo”.

Son virtudes humanas aplicables a todos y no únicamente a las empresas, pero deben aplicarse con especial rigor a los empresarios. El filósofo y so-ciólogo inglés John Ruskin calificó a los empresarios de “capitanes de la industria”. En ese sentido, la imagen del empresario está estrechamente ligada a la idea de una conducción responsable. La Encíclica Centesimus annus subraya la necesidad de “formar empresarios capaces, cons-cientes de su responsabilidad”.

Existen, pues, motivos de sobra para que los valores ocupen el lugar cen-tral en una jornada empresaria como ésta. A 20 años de la caída del Muro de Berlín lo más importante es volver a confiar en que la libertad como tal desata más dinámicas de bien que de mal.

Todos estamos llamados a contribuir a este logro y, en especial, lo están los empresarios cristianos. En su 50 aniversario les deseo toda la fuerza necesaria y otros 50 años más, plenos de éxito.

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