ANTECEDENTES
Innovación y emprendimiento
El economista austríaco Joseph Schumpeter, quien aportó el concepto de innovación a la literatura económica, definió la innovación como “la introducción de un bien (producto o servicio) nuevo para los consumidores o de mayor calidad que los anteriores, la introducción de nuevos métodos de producción para un sector de la industria, la apertura de nuevos mercados, el uso de nuevas fuentes de suministro, o la introducción de nuevas formas de competir que lleven a una redefinición de la industria”(Alejandro Olaya, 2008). Schumpeter popularizó la idea de “destrucción creativa”: la innovación acababa con viejas formas de hacer las cosas e introducía nuevos y superiores paradigmas, más productivos, eliminando los preexistentes en un constante proceso competitivo y creativo (Ferrás, 2014).
Para Michael Porter (1990), “las empresas consiguen ventajas competitivas a través de la innovación. Su aproximación a la innovación se realiza en sentido amplio, incluyendo nuevas tecnologías y maneras de hacer las cosas”.
Byrd (2013) define innovación como el acto (riesgo involucrado) de introducir algo nuevo (creatividad). Es decir, la capacidad de imaginar nuevas ideas o posibilidades, así como el coraje para conducir esa idea frente a la adversidad.
El acto de introducir algo nuevo que, por ejemplo, redefina una industria requiere de capacidades en las personas para identificar, crear y capturar valor. Para ello, es un emprendedor quien estratégicamente los ejecuta todos, a pesar de las limitaciones de su entorno y lo que le digan a favor o en contra (Isenberg, 2013). Esto significa que el emprendedor debe identificar una idea u oportunidad, crear o redefinir un nuevo producto o servicio, según el mercado objetivo y capturar valor (económico o social) con el modelo de negocio implementado. Además, se espera que el nuevo producto o servicio sea innovador, de alto impacto y sostenible en el tiempo.
Sin embargo, el término “emprendedor” es utilizado de forma muy amplia desde una persona que inicia un negocio de escala local por necesidad u oportunidad de mercado sin proyecciones de crecimiento en el corto y mediano plazo, hasta un negocio tecnológico basado en un problema
global con una solución de escalamiento más allá de la frontera nacional.
Por su parte, el término startup o empresa emergente aplica a empresas de reciente creación. Normalmente, se refiere a aquellas fundadas por uno o varios emprendedores, sobre una base tecnológica, innovadora y con una capacidad de rápido crecimiento. Según Paul Graham, una startup es una empresa diseñada para crecer rápido apoyándose en la escalabilidad que ofrece el software, pero no lo considera imprescindible. Este crecimiento no se mide únicamente por el nivel de ingresos, también se utilizan otras medidas como el número de usuarios activos al mes o ingreso por usuario, entre otros.
Las startups desarrollan sus productos con menores inversiones y costes y a mayor rapidez que otras empresas, en ciclos de innovación más cortos. Su carácter innovador implica también una mayor incertidumbre y un índice más bajo de éxito que las empresas tradicionales. A modo de
referencia y según un estudio (Startup Genome, 2019) realizado por investigadores de las universidades de Berkeley y Stanford que analizaron más de 3.200 startups, la tasa de fracaso de las startups es del 90 % al tercer año de vida y en el restante 10 % que sí tenían éxito también sufrían experiencias de crisis que las expusieron a la desaparición. Estos datos han venido siendo confirmados con leves diferencias estadísticas, por análisis posteriores de Bloomberg, Forbes o Kaufman Foundation (El Economista.es, 2019).
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