Este no es un libro de economía escrito por un economista para economistas. En consecuencia, el lector no encontrará sesudos análisis económicos o profundas reflexiones micro y macro económicas. ¿Por qué alguien que no es economista se interesa por la economía o, más precisamente, por los sistemas económicos? En el origen de esta preocupación ronda una pregunta que todo ciudadano se debería hacer: ¿son igualmente válidos todos los sistemas económicos, es decir, da lo mismo el modo en que se organiza la economía? En mi caso, esta crucial interrogante intento abordarla desde tres diferentes pero complementarias perspectivas: a) como académico. Desde la filosofía, más precisamente desde la ética social, nos preguntamos cuál es la mejor manera de ordenar económicamente la sociedad pensando en el bien de todos sus ciudadanos, y en especial de los más vulnerables; b) como cristiano. En el origen de la Doctrina Social de la Iglesia (DSI), o sea, desde la promulgación de la encíclica Rerum novarum el 15 de mayo de 1891, hay una preocupación por la economía, más específicamente por la protección de la dignidad de los trabajadores, amenazada por una economía, en esa época, de corte manchesteriano (posteriormente “liberal”) y, en las antípodas, por una economía centralmente planificada. El cristiano no puede desentenderse o desinteresarse de la organización económica de la sociedad; c) como consumidor. Todos sin excepción formamos de alguna manera parte del mundo económico, al menos como consumidores, y, por ende, estamos sometidos a sus vaivenes, que por regla general nos perjudican más de lo que nos benefician.