¿Contraparte, competidor o rival sistémico? ¿O, tal vez, las tres cosas a la vez? Lo cierto es que la República Popular de China se convirtió en un factor ineludible en el ámbito internacional. Comercio, cambio climático, explotación de recursos, inversiones, redes, ninguno de estos temas puede tratarse seriamente sin tener en cuenta el papel creciente de China.
En un contexto signado por guerras y tensiones geopolíticas, debemos observar con atención y ante todo aprender de lo que es explícito y lo que no lo es de la política china. Esto aplica a Latinoamérica y al mundo. El enfrentamiento entre dos modelos de sociedad se evidencia en diferentes áreas. El «destino compartido de la comunidad humana» ya no estará dirigido por Occidente. Así cita Shi Ming a Xi Jinping. Nuestro autor advierte que China «podría estar acercándose peligrosamente al nivel de alta tecnología de los Estados Unidos». Tim Rühlig advierte que, para mejorar su capacidad de normalización, «China ha estudiado cuidadosamente los enfoques occidentales y ha modificado selectivamente estas prácticas para ponerlas al servicio de su propia economía estatal».
Respecto al área económica, Alicia García Herrero afirma que «el crecimiento sostenido ha mantenido bajos los costos laborales de China durante un período prolongado y le ha ayudado a seguir siendo competitiva a nivel mundial». Este es uno de los factores que explican el milagro económico chino y el logro de haber sacado de la pobreza a 800 millones de personas. La contracara es la represión de los derechos humanos que comenta la autora Alicia Hennig.
China constituye un desafío a la democracia y a la libertad. Los logros económicos y tecnológicos la posicionan como una potencia ya no solamente regional sino mundial. Es notorio que detrás de la política blanda y de las irresistibles ofertas de su gigantesco mercado se esconden objetivos geopolíticos. Detrás de las oportunidades de exportación hay riesgos que conviene identificar a tiempo.
Aya Adachi resalta que «los países latinoamericanos se benefician de la ampliación de los mercados para sus materias primas. Al mismo tiempo, enfrentan la competencia de los productos chinos, que puede crear presión sobre las industrias locales». Juan Pablo Cardenal, por su lado, destaca que «los precios de las commodities estaban por las nubes y la demanda china tiró con fuerza del pib de muchos países». Y concluye que «el nuevo mundo surgido de la pandemia es el final de la globalización tal cual la entendíamos y la eclosión de dos bloques ideológica y geopolíticamente enfrentados».
Los componentes clave del poder blando son la cultura, los valores políticos y la política exterior. El autor Vladimir Rouvinski advierte que mediante estos «China busca reclutar gobiernos y pueblos de América Latina para apoyar sus nuevas iniciativas globales encaminadas a rediseñar la arquitectura del futuro orden mundial». La contracara del poder blando son las ambiciones militares de la potencia asiática. La autora Meia Nouwens afirma que «el Ejército Popular de Liberación es el brazo armado de un partido político y no el ejército de un país». Respecto a la potencia de China, «la estructura de las reformas y los tipos de capacidades que China se ha centrado en desarrollar apuntan hacia la construcción de una capacidad que pueda lograr la reunificación por la fuerza si así lo requieren los dirigentes chinos».
La autora Zsuzsa Anna Ferenczy analiza el tema en el contexto de la guerra de agresión contra Ucrania y concluye que «el fortalecimiento de la amistad entre Rusia y China propugna un orden basado en la voluntad del más fuerte». David Merkle se pregunta cómo se puede lograr una recalibración exitosa de la política hacia China. Concluye que «China bajo Xi Jinping ha emprendido un rumbo que retrata cada vez más al propio Occidente como un adversario y busca contrarrestar reclamaciones universalistas con sus propios valores, ideas y normas». Esto hace indispensable poner el foco en la propia resiliencia para cualquier interacción con China.
El escenario es complejo y los conflictos bélicos de los últimos años muestran con qué rapidez se puede perder la paz considerada como garantizada durante las últimas décadas. La República Popular China definitivamente es un jugador ineludible que, por un lado, ofrece su gigantesco mercado y, por otro, muestra los dientes cuando se trata de Taiwán o del acceso a recursos limitados pero indispensables para las economías de Occidente. Latinoamérica tiene en China un comprador de muchos de sus productos, pero más aún un ávido comprador de commodities interesado en condicionar su comercialización e imponer sus reglas de juego.
Desde DIÁLOGO POLÍTICO queremos provocar la reflexión sobre este gigantesco desafío que parece no siempre ser reconocido suficientemente por las autoridades, los partidos políticos ni la opinión pública en América Latina. No es tiempo de creer ingenuamente en ofrecimientos de apariencia generosa. Por el contrario, es necesario leer la letra chica de contratos y acuerdos.
«La euforia en Latinoamérica se parece a la nuestra (en Europa Oriental) hace una década», afirma Martin Hála en entrevista exclusiva con DIÁLOGO POLÍTICO. El experto checo advierte sobre los alcances de acuerdos de libre comercio con la potencia comunista. El gobierno chino desarrolla un proyecto que expresa la intención de reorganizar el orden mundial.
La supervivencia de la democracia, del orden basado en reglas, de la vigencia irrestricta de los derechos humanos está en juego. Para enfrentar este desafío es necesario aprender. Conocer bien a China es el primer paso para relacionarse bien con ella. Deseamos que esta edición especial constituya un aporte a este aprendizaje.
Sebastian Grundberger y Manfred Steffen